Saber del suelo no impide la caída. Hay una nostalgia contradictoria en el concepto de felicidad: entre la búsqueda y su asunción; una zona de sombra donde uno, lejos de perderse, se encuentra con aquello que fue y ahora finge ser. Un asombro. Una suerte de palimpsesto. Porque —parafraseando a un buen amigo escritor— volver la vista atrás no garantiza hallar el pasado intacto.
La prospección en temas que desde entonces han sido recurrentes en mi literatura —y que provienen de antes de empezar la redacción de Letra de médico, cuya fase iniciática data de 2003— aparece en los microrrelatos que escribí alentado por la lectura de “Los males menores”, de Luis Mateo Díez; lectura que, en efecto, actuó de acicate para que me atreviera (o lo intentase) con un género hasta la fecha inédito para mí: condensar en una pocas frases toda una historia; un mundo que cupiese en el bolsillo.
Por aquellas fechas aún no sabía lo bien que se me daba huir de la felicidad, aunque ya empezaba a intuirlo.
«Sólo por el ojo las legañas se distinguen del olvido»: esta frase, que conforma el núcleo de uno de los cuentos, marca el tono de todo el cuaderno. Un elemento que decanta el peso hacia un lado concreto; un objeto que pese a ser inequívoco hace inefable su contexto. Y sin embargo se mueve.
Por ello la búsqueda de una comprensión válida de materias que ocupaban (y ocupan) mis días: la inutilidad del hombre, cuando éste se embarca en cometidos que le vienen grandes, o la insatisfacción consecuente; la indagación, también, del desasosiego existencial y del ansia de vida; o la inmersión en conceptos como el adiós, la pobreza, o la injusticia. Un poco de eso hay, en este compendio de relatos: las herencias envenenadas; la inocencia, el derrumbe. El descubrimiento del mal. La pasión inútil. (Embriones que crecieron, con el tiempo, en otros cuadernos que tuve a bien escribir.)
Y por ser temas tan diversos los repartí en diferentes partes (nueve); más dos piezas sueltas a modo de prólogo y epílogo. Un total de ochenta y tres historias breves, que di por concluidas allá por 2008.
Os dejo quince microrrelatos de Letra de médico:

el escritor
El escritor decide revisar su obra. Desperdiga sus páginas como quien siembra un campo; reordena figuras, desadjetiva, adecenta lugares comunes y se apoya en nuevos vocablos. El escritor recorta sus textos y con los retales teje una bufanda para los días de invierno: el pasado es una piel de plátano.

un borrón
Mis ojos están rayados. Arañados por alguna esquirla antigua o por la zarpa de lo que no se debe mirar. Intento vivir con ello, no se puede separar lo que está unido sin soldaduras. Desconozco desde cuándo me acompaña, aunque sé que se alimenta de mi misma sed. Esa mancha esquinada ―el asterisco de mi vista― me borra el pan, pero no me impide ver el trigo. Como ayer, cuando me giré siguiendo la mácula que mis ojos señalaban y, efectivamente, allí estabas tú.

domiciliación
No suelo pensar demasiado, pues pensar me asorocha, pero hoy he sabido que no soy un hombre entero porque carezco de veinte dígitos.

física y química
Pero un día te levantas temprano e intentas llevar a buen puerto los actos que esperas te definan. Preparas un desayuno para dos y acaricias los libros mientras aguardas la salida del café, la luz del faro, el peso del día. Y entonces ese carácter que te acompaña como un lastre.

talento
Cuando me estalló el silencio estaba manipulando un poema. Tardé varios días en despertarme y al hacerlo me dijeron que habían tenido que amputarme la vanidad. Sospecho que al coser la incisión olvidaron algún utensilio dentro, pues cuando se avecina un cambio de tiempo algo me pellizca la memoria.

el cobro revertido
El recorrido siempre es el mismo, cada tarde. Desde hace cinco años. Y la última parada el punto de partida: este piso: ha subido las escaleras, ha abierto la puerta y no ha podido evitar el golpe de soledad anochecida. Casi nunca cena. Esta mujer busca alguna chuchería para engañar a su estómago y algún indicio de la madre que fue. Alcanza un vaso y lo ensucia de leche; una manzana, un plátano, el marco con una foto, A cuánto están los plátanos, A tres el quilo, Qué caros, Llévese éstos, son más baratos porque vienen de fuera, De dónde, De Jamaica. Pasa la mano por el retrato y el hijo ilumina la estancia, Dónde dices que vive ese tal Bob, Él ya no, su espíritu: en Jamaica, Y entonces por qué tienes que ir, Porque me ha llamado. Se nota que estos plátanos no son de aquí. Ella tampoco es de aquí. Ya no: él no la ha reconocido esta tarde; la miraba, pero no la reconocía. El relumbre del cristal que encarcela a su hijo le impedirá dormir. Devuelve el marco a la repisa y lo mira, como miraría el labrador su sembrado después del granizo. Apura el vaso y recoge los restos de la fruta.

el público
Después de que el granizo sacudiera el melocotonar, el cierzo ordenó sobre la hierba las piezas que componen este escaparate de impotencia. El campesino empieza a reunir los frutos magullados sobre una manta vieja. Se sienta y alcanza el primer melocotón para iniciar con él un triste ágape. Así, uno tras otro, va comiendo en calma la cosecha de la tormenta. Un escritor se acerca. Observa. Se acuclilla junto al hombre que come, Salud y buen provecho, Salud, Vaya desastre, Sí; acompáñeme, si le apetece, ¿Puedo?, Coja los que quiera: ya no se pueden vender, pero están muy buenos, Le comprendo perfectamente, ¿También es usted labrador?, No, soy poeta de minorías. La plática y el sabor de la fruta estiraron la mañana hasta esta tarde. De todas maneras ―dice el poeta―, podríamos dejar algún durazno para los pájaros, compadre.

el infractor
El joven se detiene ante la limusina encabalgada sobre la acera. Se contempla en el cristal tintado de una de las ventanillas posteriores, retoca su peinado y hace ligeras muecas con los labios esta mañana; abre la boca para localizar un resto del desayuno entre sus dientes. Dentro, el ministro se echa a un lado y menea con ímpetu la cabeza. Dos guardaespaldas salen del auto y detienen al infractor; mientras se lo llevan chasquea con el mondadientes de su lengua. La celda se abre ahora, Salga. Afuera, el padre lo espera bajo la noche incipiente, Ya te advertí que no te metieras en política; amaga un cachete y se marchan juntos.

lamprea de río parasitando una trucha
En el vestíbulo, algunos palmípedos disfrazados de vencejo aseguran ―entre bostezos― haber asistido a la mejor interpretación de la temporada. Y ante el guardarropa, donde los cisnes recogen sus pieles, alguien dice que se ha hecho corto, mientras un cisne negro ratifica que sí ―mirando el reloj―, que se ha hecho tarde. En la calle, junto al esturión aparcado en doble fila, un homo sapiens espera la inminente llegada del cardumen. Porque ahora, ya con las candilejas apagadas, la luna brilla sobre el auriga que inicia la mejor interpretación del día.

ideales
Después de aceptar la ropa que te ofrecen, sales de la sede del partido con dos bolsas llenas. Tu hijo ya no pasará frío este invierno. Y el tiempo acabará por suavizar los colores; incluso puede que los borre del todo.

idiosincrasia
Nada se sabe de María Singracia, salvo que deambula por los alfoces de la ciudad desde antes. Durante algunas semanas la vieron bajo las verandas de la parte alta; pero convengamos que nada se sabe de ella, pues haberla visto (igual que yo la vi ayer) trastabillando por las calles del puerto es apenas conocerla. María Singracia lleva una bolsa de plástico asida contra su pecho; el rostro taciturno y taimado el paso. Se diría que ha entrado de matute en esta vida. Gira su cuello constantemente, como si alguien la persiguiera o cruzase a cada momento la calzada. Y en este punto puedo decir que conozco bastante bien a María para asegurar que lo más preciado de su existencia es el contenido de esa bolsa. Si no, no se sentaría en este banco mirándola con ojos de niño, Hola, qué llevas ahí, La medida de tus posibilidades, Ah; y a qué te dedicas, si no te importa que te lo pregunte, A los insectos dípteros braquíceros, Cómo, Moscas, coliguachos, tábanos, moscardones..., ¿Los exterminas?, No, les doy vidilla.

cómo Marvin Gaye consiguió meterse en nuestras vidas introduciendo un elemento extraño, decisorio
Esas rectas interminables, el espejismo tras los cambios de rasante, tu mente como un aguamanil ebrio bajo el sol de agosto; agosto interminable, el asfalto derritiéndose en espejismos de rectas infinitas y tus catorce años en el asiento del erre ocho bajo el ebrio sol de agosto; agosto, la emisora te regala un estilete para romper el hielo en esas horas de canícula, A éste que canta lo mató su padre de un disparo, Algo habría hecho; la eternidad de las rectas, los cambios de rasante tras los que esperas la salvación, una pizca de viento del norte, pero no: los cuarenta grados y el asfalto empapado de calor, Tenía problemas con las drogas y había intentado suicidarse antes, Entonces le hizo un favor, ¿no?; la meseta y sus rectas ilimitadas, el mercurio deshaciendo tus catorce años en el erre ocho y el silencio espeso de agosto, ¿Queda mucho?, Un poco.

minoría
Cuando abrí los ojos ya me habían echado varias paladas de tierra encima. Mantuve la calma. Me alimenté de gusanos cuya finalidad me inquietaba. Con las fuerzas recuperadas acumulé todo el tiempo en un flanco y el aire me visitó. Entonces comprendí la razón del reloj de arena. No es descabellado desasirse de los vínculos, pensé. También dije agua, pero se me llenó la boca de tierra.

cercanías
Estás sentado en el vagón de este tren de cercanías y observas cómo un individuo sustrae el bolso a una señora que se había girado en ese momento a contemplar el paisaje. Tú también vuelves la vista a la ventanilla, pero en ella sólo encuentras el reflejo de tu rostro, mirándote.

el desengaño
Cuando introduje la mano en el toñil para alcanzar la manzana que esperaba su madurez, la aguja se clavó en mi dedo corazón.

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