Durante el Estado de Alarma por la pandemia de Coronavirus de la pasada primavera di forma a unos textos que hablan sobre el abandono. (Pese a que lo pueda parecer, el tema y el Estado no tienen relación alguna. Sólo una casualidad los ha unido.)
Ahora estamos en un segundo Estado (de Alarma, se entiende).
Me vienen a la memoria unos versos del libro "La migranya del faune", de Antoni Puigverd, que dicen así: «L'esclau no necessita ser fidel, / en fa prou de semblar-ho». Y aun otros de "Cháchara", un magnífico poemario de Juan Bonilla, que aseguran: «En todas partes esta sensación / de haberme presentado disfrazado a una fiesta de disfraces / que fue desconvocada sin que nadie me avisara». (Siempre me vienen versos, frases, palabras, a la mente. Pájaros. Cosas.)
El Estado de Alarma se me antoja como el lugar exacto donde vivo, acompañado de millones de conciudadanos a quienes no conozco y que probablemente piensen lo mismo. Una paradoja alegórica, pues, o una alegoría paradójica, no lo sé a ciencia cierta. En cualquier caso, no el Estado Español ni L’Estat Català ni The United States, ni siquiera L’Union Européenne, sino El Estado De Alarma.
Oye, una pregunta, ¿tú de dónde eres?, ¿Yo?, Sí, tú, ¿hay alguien más, aquí?, Del Estado De Alarma.
Si no fuese triste haría reír.
Sin embargo, no hablo de ese Estado en los textos; ni creo que lo haga jamás. Sólo lo escribo aquí, a modo de introducción, porque estoy cansado. Y cuando estoy cansado suelo hacer cosas extrañas y temerarias, pero tranquilas.
Recogí aquellas piezas, pues, en un cuaderno conceptual que, como hice con los anteriores, guardé en un cajón a la espera de algo que nunca se producirá (de la misma manera en que nunca antes se produjo). Lo abandoné.
Suelo revisar cuanto abandono. Por eso, con Un dedo de polvo hice lo mismo: una revisión de mínimos, para poder pasar a otra cosa. Nada nuevo.
Al final, esos 108 textos me pondrán en mi sitio. Eso mismo hicieron los textos escritos anteriormente: ponerme en mi sitio: no dejando que me despiste, que me distraiga.
En ese cuaderno pruebo formas diversas de técnicas más o menos literarias. Ensayo lo que para mí es la poesía, la prosa poética, los poemas en prosa y la narrativa, pero dislocando los textos en un intento (uno más) de desprestigiar o de relativizar las etiquetas. Nada nuevo tampoco en ese sentido, al menos para mí.
Escribí esa obra híbrida con mascarilla, guantes y guardando la preceptiva distancia de seguridad. Es decir: respirando mi propio aire viciado, tocando sólo mi piel muerta, el principio de mi carne en corrupción, y estando cada vez más cerca de mí, cada vez más cerca cada vez. Otra forma de abandono.
Estoy cansado.
Os dejo los textos que encabezan cada una de las partes de Un dedo de polvo:

1
Mi madre cumple hoy setenta y siete años
y no lo sabe.
Yo sé algunas cosas
pero la mayor parte de las cosas no la sé.
No sé, por ejemplo, si estaré a tiempo
de acabar este cuaderno que hoy empiezo.
Desconozco, asimismo,
los mecanismos de la física cuántica;
ni siquiera sé si puedo referirme a ellos
como mecanismos,
tratándose de física cuántica.
Me sajo el vientre y todo lo que se desparrama,
ensuciando el suelo de la sala donde escribo,
nada tiene que ver conmigo.
Parpadeo a menudo y bostezo de vez en cuando;
me abato sobre una hoja en blanco,
una hoja blanca que tizno con el negro
que se le supone a la tinta.
El frío de febrero
crascita su silencio en mis adentros.
Ya no cuento sílabas.
Acarreo la luz que viene del pasado;
otra estrella muerta.
Sobre todo esto también caerá el olvido.

i
Eres el ñu de los documentales de la dos. Marzo es un pantano calmo que te seduce con añagazas tras el ventanal que da al jardín, al sur de la mañana. Acudes a beber el azul de los días equinocciales o a refrescarte con la neblina que las montañas tienden ante tus ventanas de doble vidrio. Cendal flotante de leve bruma, se te ocurre. Todo lo que perdura vive sin ti; le faltas a lo que resiste en un tiempo que ya no te pertenece. Tomas con las dos manos la taza de café caliente; cierras los ojos al beber. Marzo es un mes cocodrilo.

a
naturaleza muerta
con hombre al fondo
resulta extraño
el olor del café
torrefacto
hervido
inefable
un olor sin aroma
el rumor de la nevera
como el único bien
perceptible
no resulta extraña
la música en otra parte

anáfora
Terca muerte que no cesa. Que prologa la secuencia silenciosa, y determina la estrategia de una foto que se vela con la fuerte claridad de lo que acaba. Puede ahora revestir con el encanto de lo nuevo cada uno de sus actos; sin embargo, sólo espera el propio nombre: que lo digan en voz alta y que le suene. Son diez dedos los que asaltan en la noche la vislumbre de un futuro. Soledad de los pasos compartidos. El esperma del difunto, la magnífica prestancia de las cosas cuando nadie las observa. Estiaje de unas manos que conoce vagamente de las veces en que anduvo a la pesca de bajura de unos versos que lo iban a encumbrar, y no se acuerda si lo hicieron; las concluye en el regazo; las observa. Si no fuera por el peso que sostienen, se pondría a repasar la pintura que en la proa de la barca le permite dirigirse a lo concreto. La mujer que lo acompaña en la consulta le recuerda de algún modo a su mujer.

(Cuatro piezas de Un dedo de polvo)

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