No es el dolor, sino la hipótesis del daño. No la herida: la memoria de la herida. (Ni siquiera el recuerdo: la memoria: la memoria autónoma de la herida, que hace y deshace persuadida por una suerte de libre albedrío.) No es tanto el miedo como la expectativa de la nulidad. Todo lo que tiene que venir está, en cierto modo, condensado en ese estadio donde las tormentas aún no han pasado. Las manos del hombre retienen la potencia de no haber hecho aquello para lo que fueron creadas: y es en esa pasantía que se adormecen, en un letargo atroz, la brutalidad y la caricia.
Por decirlo en palabras de Jordi Llavina (en una traducción que hice, aproximada, de uno de sus poemas): El asiento del columpio / todavía está templado por nuestra sangre que en él se sentaba. / Ya no estamos, / pero la cuerda aún se mece. Es esa memoria, la memoria de las cosas: la memoria de lo intangible en los objetos que nos rodean y que permiten una definición (más o memos acertada, más o menos pobre) de lo que somos. Porque al final es descubrirse hecho con materiales que uno no pudo elegir.
Hace quince años tuve las primeras pulsiones de alejamiento de cualquier forma de etiqueta (no las detestaba, eso aún no; tan sólo iniciaba una huida de ellas, de las etiquetas; acaso una fuga) y hacía tiempo que las fronteras habían dejado de ser una realidad para mí y empezaban a ser un problema, pero puedo denominar Poemario a un cuaderno que por aquella época (2005-2008) escribí, pues estaba comprendido, en efecto, de poemas: intencionadamente poemas. Lo titulé Tábanos. Y descubrí en esos textos algunos aspectos de mí que ignoraba o que me habían pasado desapercibidos; en cualquier caso, aspectos inexplorados hasta el momento.
No es el tábano, sino la posibilidad del tábano.
Os dejo diez poemas de aquella historia:

el principio
Me despierto de súbito
cuando sueño
que alguien sueña conmigo.

hechuras
La traílla que nos arrastró. (La suma de contrarios.)
Cuando los cigüeñales parecían ser la causa
de la tos en los garajes.
No había manera de arrancar aquel trasto
aquella edad que restallaba en el aire―.
Los cigüeñales, el chiclé, la postura.
Y a la salida encontré la adarga. Así es.
Lapislázuli estrigiforme insecto palo.
Empezábamos a ser el dolaje de un tiempo mínimo;
frecuentábamos la indigencia
como una nueva forma de mirlo blanco.
La voladura controlada. 
(No hay manera de arrancar este trasto.)
Algunos marchamos a pie. Todos arrumbamos algo:
me acerco al rudimento; me alejo del rudimento.
Abregancias almizcle broken heart.

sal
Un silencio de nieve después del recital;
tus palabras chivándote el mar todavía.
Todas aquellas órbitas atónitas
y tú echándoles paladas de versos,
como quien tira sal en una carretera helada.
Por eso ahora esparces los poemas ante tu casa
sin propender a la huella―
con la única pretensión de poder abrir la puerta.

la ciaboga última
Acabo de escribir el poema más largo.
Mis ojos se reservan la astucia
de no llegar tarde ni temprano.

sinestesia
El mismo cepo de las últimas noches,
esta lluvia obsidional, este sudor 
que te sitúa no recuerdas dónde.
Sabes que no te pueden alcanzar,
pero no si te alcanzarán.
Te despiertas en mitad de la noche,
con la plaza invadida y vacío el pecho.

rebuscallas
He salido a faenar en tus ojos cuando el alba
no era más que una promesa de contornos.
He intentado fondear en todos tus mares,
pero tus mares estaban de vuelta a la costa.
Y ahora mis manos al raque
rebañando lo que pudo haber sido
apagándoseles la luz de los faros―.
Por eso la mezquina pitanza del pasado
cuando alcanzo el varadero
y encuentro en tu lugar una mancha de olvido.

autoría
El mar todavía se está retirando de la costa
en todos los pasajes
que empeoran el pasado:
por eso hallas una húmeda sombra,
una suerte de extranjería.

stand by
Ese graznido que te sustrae;
que pasa horizontal
a decenas de metros sobre ti
y permite que te preguntes
qué hacen tan lejos del mar las gaviotas;
ese graznido es lo primero que escribes
después de dieciséis semanas:
ciento doce días ignorando
que pudiera abalanzarse sobre tus huesos
la gran alimaña del tiempo.
Hiciste bien en moverte, ahora lo sabes.

imposibilidad de seguir creyendo que César Vallejo viniera a verme aquel día lunes tan hueso
Anoche aparecieron algunas hormigas
y los primeros olores.
Poco antes habían llegado las moscas,
verdes, entomólogas, críticos de literatura;
y aun antes una binza leve,
como el sudario de aquel residuo.
Sin embargo, el primero en llegar fui yo mismo:
besé su frente, 
le corregí una falta de ortografía;
alcé las persianas y le cerré los ojos.
Luego los abrí y empecé a ver claro.
No he querido tocar nada,
pero empiezo a necesitar un cambio de postura.

sepulturero
Sueño
que alguien que me sueña
se despierta.

(Diez poemas de Tábanos)

Comentarios

Entradas populares