Algunos métodos de inmersión en la sociedad tienen un coste tan elevado que acaban arrojando pérdidas; en su mayoría pérdidas de tiempo. Una vez cumplidos los cuarenta me propuse escribir la biografía versada de un tipo que, en efecto, había entrado recientemente en la cuarentena.
Nada que decir al respecto: la mediana edad es un virus que se propaga incluso por lugares tan remotos como la introversión o el desasosiego.
Que hablen los poemas (aquellos poemas), si es que tienen algo que decir.
Os dejo una pequeña muestra de Algunos métodos de inmersión.

lugar de origen
Mujeres que también deben de esconder sus recetas en los cajones, igual que mi madre, y no saben qué hacer con sus manos; mujeres que corren como ardillas y visten esas batas y apenas beben: las quiero del modo en que puedo querer a una piedra, que no es poco; y me preguntan si tengo hijos, No, ¿Aún no?, Ya no; hombres sentados en los bancos de la residencia bajo este sol de marzo, reflejándose en los escaparates blancos de la calle mayor, ¿Y tu hermano?, hará al menos diez o veinte años que no lo veo, Yo soy mi hermano; hombres azuzados por la mano de los días, no del tiempo: de los días; los quiero tanto (tanto como puedo querer a una piedra, que no es poco); ese paisanaje, las cosas de un muerto que nadie se atreve a tirar todavía; balizas de una época donde los hijos se rodeaban siempre de malas compañías, y aún no faltaba nadie.

restauración
Ahora ya sabes
que no se trata
de rellenar los huecos.
Porque el hueco
no es más
que la distancia exacta
entre dos puntos
que no son hueco.

probablemente la vida sea una exageración
Ese chico que se abate sobre sus antebrazos mientras escribe, en una de las mesas del café hawelka, hace ya dieciocho años, esperando ser visto, que lo miren, y no lo miran; igual que un tiempo antes en el cafè de l’òpera, en el asesino, en la hormiga, o años más tarde en jambalaya, en el rincón de bécquer, y tampoco vio que lo miraran entonces; ese chico que no ha guardado lo que escribió en esos sitios ni en tantos otros, y sin embargo ha escrito sin parar y conservado parte de ello, se ha convertido en alguien de cuarenta años que aprendió a rehuir la exageración y no suele salir de casa; aunque cierto día lo hace, y acude a comprarse unas nuevas alpargatas y le dicen Mire, éstas son mucho más cómodas que las de toda la vida, parecerá que flote, no notará el suelo; pero él quiere seguir notando el suelo y se compra unas de cuadros, de las de toda la vida, por así decirlo; ese chico que no enciende el televisor ―esto es una exageración: apenas lo hace―, y si lo enciende piensa A ver qué dicen estos, y al poco rato lo apaga, es el mismo que ahora escribe poemas pequeños y tiene cientos de maestros conservados en papel: un hombre de cuarenta años cuyos versos antiguos ya no existen y calza zapatillas de estar por casa y ha cogido cierta distancia de todo (y la distancia no es necesariamente por delante o por detrás, por encima o por abajo, no).

manera de estellés, riera, vallejo
Entonces me traías chucherías, Blairet,
me dejabas el suelo perdido de cáscaras
de poemas, de barcos de papel,
de puertas;
me faltaba un gajo de adjetivo primordial
precisamente para que tú me lo dieras.
Y me lo dabas; y me decías: bebe
(no sabía que tuviese tanta sed);
yo era un precedente, Blairet, cuando pintaste
los espacios habitables, los poros suicidas,
me llevará tiempo olvidarlo,
habré de esforzarme cada día;
por eso a veces escribo a manera de Estellés,
Riera, marinero mareado al andar en tierra firme, 
los naranjos sesgados por un mal de amores;
pero también a modo de Vallejo,
la vida en un costado 
y las manos haciéndoseme escalerillas
para saltar la tapia; taburetes beodos,
adverbios, frijoles y otras chucherías, Blairet;
¿sabes qué hay al otro lado de la tapia?

poema de ritmo trocaico para combatir la tristeza que, como un funámbulo beodo o un zopilote avizor, intenta empañar los cristales de un día como éste
Mi abacera se hace cargo del hurón
que se presta a recogerme a la salida.
Tiene un cesto de palabras y un alpendre
donde guarda el abanico, la bitácora,
los horarios. Se sujeta con un lápiz
los cabellos y se muerde los carrillos
y frecuenta, hasta dormirse, los bordados.
Ante el vaho de la rutina suele optar
por abrir los ventanales, mi cartógrafa.

la receta
He leído el prospecto, ¿Y qué tal?, Prefiero la Higgins Clark, para qué nos vamos a engañar; y le quita todo el hierro al asunto, como un herrero cuya vocación fuese el anticipo de su despropósito. Mi madre es un lugar amable bajo la noche luminosa. Ya me he leído el prospecto entero (ella es una gran lectora, no sé si había quedado claro), ¿Y bien?, Boh, hay para asustarse, pero no te apures: mañana ya no me acordaré; y se ríe un poco, lo justo. Y yo me apuro igual, por supuesto. Mi madre me ofrece toda la alegría y la pena del mundo, me las deja encima de la mesa y yo me las como y saben a panecillos tiernos. Acabo de leerme el prospecto, hijo, ahora mismo, antes de que llamaras, ¿Ah sí?, ¿y qué te ha parecido?, Interesante lo del embarazo y la lactancia, Ya. La letra pequeña es para ella un asterisco que se cuelga de su hilo de araña, por eso envuelve la escoba en un trapo limpio ―siempre lo hizo así― y la pasa por el techo. Mi madre es un lugar amable bajo la noche, luminosa. Ordena los pesares de manera que no le pesen y no tiene necesidad de saber quién es el presidente, Qué pesadez, el presidente.

estaciones
Porque el pasado es un tren
que siempre llega antes de hora
para que ya no estemos
a tiempo de cogerlo.

(Siete poemas de Algunos métodos de inmersión)

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