Durante cuatro años, estuve escribiendo una novela que me salió larga. Larga en el sentido de “extensa”; extensa en el sentido de “amplia”. Anduve trabajando en esa obra, a la que di por definitivamente inacabada (por decirlo en palabras de Jaume Cabré) en enero de este mismo año, mientras mi tiempo, mi espacio y mi salud adoptaban formas desconocidas para mí hasta ese momento. El resultado se quedará, probablemente, en el fondo de un cajón. Haciendo compañía al resto de cuadernos en los que también hube invertido conceptos tan relativos como los expuestos anteriormente.

La novela se estructura en escenas que hacen las veces de capítulos, a la manera secuencial de la cinematografía; escenas que se dividen, asimismo, en doce partes: las que van de la Cero (meramente introductoria) hasta la Undécima (que no es conclusiva). Y la hacen posible nueve personajes principales, valiéndose de la literatura, de la música y del cine (que conviven con la pintura y la filosofía) para explicarse.

Los ejes que la vertebran son: la libertad individual frente al gregarismo, entendido éste como una de las formas que el poder adquiere para desarrollarse con garantías; el amor por las lenguas y el uso que de ellas hacemos, siendo el lenguaje, esencialmente, la materia de que está compuesta el individuo; y, finalmente, la asunción de principios cuyas fuentes evitan la invasión del espacio del otro.

Esta obra, en la que empleo todos los tiempos y personas verbales, lleva por título Fui.

Os dejo la primera de las escenas que la conforman:



«Es un cuerpo quieto, encarado al río, en mitad del puente romano; alguien al sereno sobre la húmeda piedra reluciente: adoquines a los que apenas les llega la escasa luz de las farolas que delimitan los extremos y no obstante brillan bajo la luna llena y el cielo de diciembre y el relente de una noche consolidada. Esta complexión humana, que tal vez escuche el recial ―tiene que oírlo, al menos, o sentirlo, ya que no hay más ruido que el de las aguas crecidas―, pierde ahora su quietud porque se encarama al pretil, lo hace con toda la calma que ha podido acumular; con la determinación, también, de que es capaz. Y sin embargo no es sólo un cuerpo que lleva a cabo lo que la mente le ordena, sino el motivo para que alguien se sienta interpelado por él: por esa figura en perfecto contrapicado que a nadie llama ni conmina ni convoca ni, por supuesto, interpela. A esta hora delicada en que la mayoría cena; y quien no lo hace, acaso por haberlo hecho antes, estará mirando las noticias o lavando los platos o acostándose. Aunque habrá quien ni siquiera haya empezado a cenar, quizá porque esté precisamente cocinando para ello; tal vez tomando una cerveza a la salida del trabajo, quién sabe si llegando apresurado a casa con el hambre de toda una tarde. El adjetivo “delicada” puede parecer impreciso; antojadizo, incluso. Si bien, nada más lejos de la arbitrariedad: ya que, en efecto, es propicia para sinsabores y complicada de tratar esta hora en la que se soporta todo el peso del día y difícilmente se pueda estar por lo que acontece en el puente. En cualquier caso, no se ve a nadie en la calle en este momento, insistimos, excepto el cuerpo encaramado al pretil y la figura que se siente por él interpelada: alguien que aún no cena, o ha cenado ya; alguien que hubo caminado en dirección al río por la calleja de adoquines ―posteriores en el tiempo a los de la construcción romana―, acercándose al origen del ruido, acercándose tanto que ya casi todo es ruido. Ese individuo, las manos en los bolsillos, apenas siente el frío de finales de otoño, del invierno incipiente; apenas nota la noche porque la noche no es más que la prolongación de su sobremesa. Y, además, está lejos de considerarse un ser sin importancia. Por eso decidió enfilar hacia el puente; aproximarse a la persona erguida en lo alto, a quien enfoca con sus ojos un poco brillantes. Y por eso le habla.»

de Fui

Comentarios

  1. Tinc el privilegi i la gran sort d'haver pogut gaudir de Fui. Fóra un llàstima, i una gran pèrdua per als lectors, que la novel·la restés amagada al fons del calaix. Però sé que, si s'hi queda, no serà per manca de voluntat de l'autor. En aquest cas, caldria dir a les editorials que "vosotros sí tenéis la culpa".

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    1. Gràcies per les teves paraules, Keanix.

      Afortunadament, escriure i publicar no tenen massa (o res) a veure. I el que depèn de mi és escriure.

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